Aladdin podría haber ocurrido mucho antes en Disney, pero no se llegó a hacer por un tema de puro y duro racismo: Michael Eisner estaba convencido de que a nadie le interesaría ver una película ambientada en esa ambientación, y la metió en un cajón hasta años después, donde decidieron mezclar la historia que tenían con otra película de unas décadas antes, El ladrón de Bagdad, Y el resultado, de alguna manera, empezó a coger forma.
No hay un pato tan genial
Es muy curioso investigar cómo los dos grandes proveedores de merchandising barato a mediados de los 90 (o sea, McDonald’s y Burger King) llegaron a enfrentarse por las películas de Disney: en 1992, Burger King lanzó una colección de muñecos de la película, y unos años después su competencia hizo lo mismo… para celebrar la salida del VHS. Más muñecos, más meter la película por los ojos de los niños, más dinero gastado por los coleccionistas en la actualidad.
Lo de los juguetes es un tema recurrente en Aladdin, además: hay un momento en la película donde vemos una montaña de muñecos apilada por el Sultán donde, entre jirafas y rinocerontes, tenemos varios crossovers Disney, como la Bestia de La bella y la bestia o, bien escondido, el Pato Donald. El plano duraba muy poquito en pantalla, pero suficiente para que los fans de medio mundo se hayan percatado hasta el último de sus detalles.

Disney
Aladdin, por cierto, acabó teniendo una franquicia gigantesca formada por secuelas, una serie, videojuegos, el remake de acción real, cómics y hasta atracciones en parques temáticos. Para ser algo que no iba a funcionar nunca según Eisner, yo diría que acabó funcionando bastante bien, ¿no?