
El fenómeno de The Beatles no sólo era considerable en su momento, era lo que casi podría denominarse como demasiado grande para caer. El grupo inglés no podía pisar ningún sitio sin causar una histeria considerable, sin que causase una especie de tumulto tanto por los fans como por gente que tenía que protestar el impacto que tenían sobre la juventud.
1966 fue un año especialmente duro en este aspecto. Su gira aquel año se llenó de percances y tensiones en los diferentes sitios que visitaban. Primero sucedió en Tokio, donde la juventud ultranacionalista japonesa estaba organizando protestas violentas. Luego en Filipinas tuvieron un encontronazo con las autoridades dirigentes y casi les cuesta caro al dejarles sin seguridad y sin vías para llegar al aeropuerto. Al llegar a Estados Unidos, diferentes comunidades cristianas organizaban boicots contra los conciertos del grupo a causa de declaraciones de John Lennon, donde declaró que eran más populares que Jesucristo.
Capaces de fallar
Las protestas, los compromisos incesantes con la prensa y estar escuchando gritos histéricos todo el rato puso contra las cuerdas a un grupo que ya tenía sus propias tensiones internas y encontraba más placer tocando y experimentando en sus discos de estudio que tocando en directo. El 29 de agosto de 1966 fue el punto de inflexión definitivo, y solo el grupo lo sabía. Paul McCartney le preguntó a un miembro del equipo si tenía a mano su grabadora de cinta, porque iba a querer grabar el concierto de esa noche.
Aquel día fue el último concierto en un estadio o en una sala que The Beatles dieron en su historia. Todos los miembros coincidieron en que ya no les compensaba, y las perspectivas de su actuación en San Francisco no eran especialmente esperanzadoras. La banda tocó ante decenas de miles de personas en el Candlestick Park de la ciudad, pero alrededor de 7.000 entradas se quedaron sin vender. Un 20% de localidades vacías que derivaron en que el concierto fuese un fracaso financiero, con la promotora perdiendo dinero al tener que destinar parte de las ventas a la ciudad.
Fue un final bastante anticlimático, aunque en cierto modo especial. El concierto se registraron en dos copias que solo poseían que el que poseía la grabadora y McCartney, pero acabó encontrando difusión a través de copias piratas. Esas grabaciones fueron el testamento de una banda que sólo volvería a tocar ante gente al subirse a la azotea del 3 Savile Row en 1969. Un día después de la fatídica fecha en San Francisco, George Harrison tenía claro que “ya no era un Beatle” nunca más.
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