Hace ya tiempo que lo de Orina pasó de ser una promesa a una flamante realidad. Tras multitud de conciertos convertidos en bacanales de rock incendiario y post-punk incisivo y cortante, la publicación de su álbum de debut, el flamante mi culpa (Desorden Sonoro, 2025), deberá suponer ese espaldarazo definitivo para que se hable de ellos como una realidad tangible y contestataria.
Quien ha estado ya en alguno de sus shows ,sabe que aquello va de sudar la gota gorda llevado en volandas por una sección rítmica de las que quitan el hipo sobre las que planean unas guitarras abrasivas. Para coronar esa confluencia de elementos seductores, el carisma indiscutible de su cantante manue pone la guinda a una formación de presencia imponente y despliegue arrollador.
En una noche tan especial como la que deparó su set en el Teatro Cánovasel vibrante paseo por su cancionero deparó una suerte de cruce de caminos con reminiscencias a pandilla de cuatro, Los libertinos, La caída, El choque o los propios La Trinidadcompañeros de aventuras y de participación activa a la hora de pulir su sonido, no en vano, Sixto Martínsu cantante, ha co-producido su primer largo.
Bucear en su particular mundo es darse de bruces con la precariedad laboral (“Moreno Albañil”), contonearse entre brumas de dub (“Kung-Fu Orchestra”) o esbozos de realidad cotidiana desdibujada (“Poli En Chándal”, “Parkour”), sin dar la espalda a las tragicomedias a la orden del día (“Guerra Nuclear”) o a las viñetas sobradas en frescura y vitamina punk (“Trípico Lunes”, “No Sé Andar”) que saben tomar forma de hit combinando tempos y texturas (“Mea Culpa”, “Cúcaro”).

En definitiva, todo un variopinto muestrario de registros en los que se mueven con actitud y desparpajo, canalizando su rabia en canciones de esqueleto adictivo y desarrollo penetrante, articulando un discurso creíble nacido de sus experiencias en un entorno que ha ido cambiando a la velocidad de la luz hasta consumirnos en la desesperanza.
Surgidos de sus recurrentes encuentros en lugares tan emblemáticos de la escena “disonante” malagueña como La Invisible oh El Murosus historias retratan sin filtro las glorias y penurias de la condición humana, en un contexto urbano y decadente del que saben extraer belleza (tremenda la historia de amor detrás de “Begoña”) sin sacrificar ni un ápice de su esencia.
Jugando en casa y enmarcados dentro de la ecléctica y deslumbrante programación del Festival Momentoslo suyo fue un triunfo en toda regla que desató bailes descontrolados y coros frenéticos de un público entregado a su religión, la del punk como herramienta para expresar disconformidad y ganas de cambiar las cosas. Sobre las tablas, se mueven desafiantes sobre el mar de lava que desparraman sus melodías, logrando que cada uno de los músicos acapare la atención por su destreza e inherentes dotes de teatralidad. Mientras se apagaba el último acorde, la sensación de que el momento de Orina ha llegado reinaba entre una audiencia que se fue plenamente satisfecha después de haber recibido un buen revolcón de pop-rock crudo y visceral directo a las entrañas.
Fotos Orina: José Megía