Cuando uno ve esta serie, siente que está delante de algo especial, algo que no ha visto antes en la pequeña pantalla
Si existe la buena suerte también su opuesto: la mala suerte, el mal fario, el ser un gafe. Gallo de la suerte. Gato negro de la mala suerte. ¿Qué diferencia hay? En realidad, todo depende de cómo le salgan las cosas al que decide. Hay suertes que se convierten en rituales y en talismanes, en herencia y en legado. De eso, de casualidades y de suertes trata La suerte. Una serie de casualidades -qué conveniente el nombre-, la primera serie de Paco Plaza, una comedia cocreada con Pablo Guerrero. Una propuesta anómala, original, inesperada y difícil de catalogar.
David (Ricardo Gómez) es un graduado en Derecho que, mientras estudia las oposiciones a abogado del estado en verano, lleva el taxi de su padre. Una noche, después de dejar a un grupo de amigas en una discoteca, unos hombres entran en su coche con un moribundo exigiendo que les lleve al hospital. Ahí comienza la suerte de David. Buena o mala, según se mire. También la del Maestro (Óscar Jaenada), un torero en horas bajas que sale de su retiro para recuperar el prestigio perdido.
El moribundo al que David llevó al hospital era el conductor del equipo del Maestro y ahora no tienen a nadie que les lleve a la Plaza de Toros. Por eso, lo que ya anuncia la ficción en su título, una casualidad, David se convierte en el nuevo conductor y el Maestro sale victorioso de la faena. Ya está: la casualidad se convirtió en suerte. Tras la buena experiencia, el torero contrata a David como chófer privado y eso le lleva a recorrer toda España y a adentrarse en un mundo que le es totalmente ajeno.
El dúo Ricardo Gómez y Óscar Jaenada
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La suerte arranca con ganas y decisión. Hay frenetismo, rapidez y un punto de locura que convierte a la ficción en una propuesta muy atractiva. En sus inicios existe una sensación extraña, un mal augurio de que algo malo va a ocurrir en cualquier momento. Eso es adictivo. Todo, pese al mal presagio, está rebozado en comedia. Porque la ficción es un repertorio de personajes carismáticos que descomprimen la extraña tensión que se genera en segundos. Grandísimo Carlos Bernardino en el papel de Jero. Es el robaescenas del primer capítulo.
Lo que empieza como una historia sobre una serie de raras casualidades con el personaje central de David, interpretado con gran atino por Ricardo Gómez, se va transformando en un retrato más íntimo del Maestro, al que da vida un gran Óscar Jaenada. David va dejando de ser el pez fuera del agua en la historia a medida que pasa más tiempo con el torero y los suyos. Los dos, hombres opuestos el uno del otro, se empiezan a entender y lo que comienza como una relación imposible se transforma en tolerancia y amistad. El dúo Gómez-Jaenada funciona muy bien, pero cuando el misterio de ese mundo tan alejado del protagonista va desapareciendo, el interés por el resto del relato también.
Plaza y Guerrero tienen buenas ideas, tanto en forma como en fondo, y se permiten jugar. Cada episodio parece un género diferente. Sin embargo, el relato no se mantiene siempre en alza y, tras un episodio piloto increíble, la ficción va perdiendo fuelle cuando la sorpresa inicial se asienta.
Sobre todo las cosas, lo que hay que valorar de La suerte es que una serie como ella exista. Porque cuando uno la ve siente que está delante de algo especial, algo que no ha visto antes en la pequeña pantalla. Y a estas alturas, que eso ocurra, parece tarea imposible.